Me gusta irremediablemente ese momento, si, ese justo, cuando termino mi almuerzo y empiezo a perder ligeramente la conciencia. Y siento un cosquilleo amable en el pecho, bajo un poco las persianas y visto la sala de estar de intimidad. Leo y miro la tele sin demasiado interés, porque lo único que busco es mecerme en el espacio, perder la noción, no pensar, no decir, no decidir nada, ni buscar soluciones a nada.
Tomo cualquier mantita de sofá, una ligera que ahora es verano aunque nuestro apartamento es fresco, la echo sobre mí porque me da paz sentirme arropada, mi perro y mi gato me miran y se reparten lo que queda del sofá. Mi novia me acaricia las piernas y empiezo a quedarme dormida. Noto el sueño tranquilo del gatito y el perro, y yo misma inicio una respiración tranquila, rítmica y pausada.
La siesta, ese momento acogedor en el que el mundo parece quedarse en silencio y nada consigue robarme la calma. Ese ratito en el que me entrego a los brazos de Morfeo, abrazando al sueño.
hmmm qué agradableee!
en mi caso, no es una muy buena cosa sucumbir a ese momento, porque en las raras ocasiones en que tengo la posibilidad de estar en mi depto a la hora de la siesta y me rindo, no despierto más y “pierdo” toda la tarde. LOL.
nadie puede. la verdad, me encanta dormir siesta, pero es un placer que tengo pocas veces.