Mi primer libro

Me alquilo para el 14 de febrero

Aquí tenéis mi primer libro, espero que os guste. Podéis encontrarlo en: http://www.amazon.es/Me-alquilo-para-14-febrero-ebook/dp/B00VQORP0M/ref=sr_1_4?s=books&ie=UTF8&qid=1428401501&sr=1-4

A mí podéis encontrarme en: helenalago.wordpress.com ; helenalagodice@gmail.com y en facebook: Helena Lago Escritora.

Un besazo y gracias por haberme acompañado en todo momento.

Os presento mi nuevo blog

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Aquí tenéis mi nuevo blog como «aprendiz de escritora». He abierto este nuevo espacio con el fin de que aquellas personas que lean los libros que voy a publicar, puedan conocerme de un modo más cercano.

Espero que me sigáis acompañando también en esta nueva aventura, porque este trayecto sin vosotras/os sería aburrido. ¡Necesito vuestro cariño y apoyo!

http://www.helenalago.wordpress.com

Facebook: Helena Lago Escritora.

Gmail: helenalagodice@gmail.com

Demasiado deprisa

Captura de pantalla 2015-03-06 a la(s) 21.21.55

Viernes volviendo del colegio a mediodía. Libre de niños. Inicio del fin de semana.

Hacía un día precioso, ni frío ni calor, casi primaveral, el cielo limpio y el sol brillando sobre las aguas del río. Los árboles apuntando hacia arriba, como siempre. La gente feliz o al menos aparentemente.

Abrí la ventana y respiré hondo. Sonó entonces Titanium, que siempre me trae agradables recuerdos de veranos anteriores (aunque reconozco que es una canción que me pone nostálgica porque me emociona su letra), y me puse a cantarla mientras conducía aumentando considerablemente la velocidad, me importaba poco o nada que me parase la policía para decirme: vas demasiado deprisa.

Porque ante semejante afirmación habría respondido: ¿adónde voy demasiado deprisa?

Pero no, no había policía ni nadie que me impidiese ir como flotando por la ciudad.

Genial.

Todos los días en el coche de camino al trabajo me da por cantar

¿Por qué me gusta tanto esta canción?

¿Por qué canto todos los días esta otra en el coche?

No sé.

Hoy me han gritado: ¡te voy a comer enterita a cucharaditas! (expresión ciertamente común en esta ciudad)

He dado un salto y todo del susto. ¿Por qué la gente es tan ordinaria y siente la necesidad de decir eso? qué difícil tiene que ser eso de comerse a alguien con cuchara, no? Vamos, yo no lo he probado.

Días de descanso

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He estado unos días «en reposo» por un problema en dos de mis costillas. No es grave, dicen que se debe a un movimiento inadecuado o a esta tos que me acompaña desde hace semanas por alguna razón que no comprendo.

Mis compañeras del trabajo se reían porque estaban completamente seguras de que mi desgarro de costillas se debía a algún tipo de postura sexual inadecuada por el día de San Valentín. También lo creyeron así otras personas, como la médica, o unos amigos de mi hermana, en fin. El caso es que mi dolor es agudo, he estado unos días descansando (con lo mal que se me da eso de permanecer en reposo) y he utilizado estos días para escribir, modificar, seleccionar, elaborar portada del libro, inventar mi nombre artístico (mi apellido real es demasiado especial y prefiero escribir bajo seudónimo) etc.  ¡Este proceso es divertidísimo pero agotador! Ayer  «terminé» de hacer cosas relacionadas con este tema a las once de la noche, tuve que obligarme a parar, darme una buena ducha y cenar.

Recibí tantísimos correos electrónicos cuando deposité aquí mis dudas creativas literarias, que me habéis dado un empujoncito. Gracias.

Clara Asunción García, GRACIAS

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Hace muy poco hablé con alguien especial. Hablar como si lo hiciese con una amiga de las que conservas desde la infancia. Es una mujer, escritora volcada en literatura lésbica que batalla con palabras por enriquecer y alimentar este género. Se llama Clara Asunción García y la primera novela que llegó a mis manos fue La perfección del silencio, y quise ser uno de sus personajes, Sara, que trabajaba en una acogedora librería en pleno Mediterráneo. Devoré aquella obra como si fuese un helado, en apenas un rato. Después llegó Elisa frente al mar, una historia que le ha proporcionado una enorme satisfacción y un relevante ejercicio de introspección tanto a ella como a las/os que leímos aquellas líneas. También escribió El primer caso de Cate Maynes, aunque ese lo leí hace tiempo pero recuerdo que me mantuvo fascinada e intrigada. Este viernes presenta en Madrid su nueva apuesta: Los hilos del destino, si estáis por allí, os invito a conocerla en Fulanita de Tal a las 20:00. A mí me encantaría poder asistir, pero no vivo en Madrid y me viene fatal hacerlo este fin de semana.

Clara. Apenas he podido conocerla muy a fondo, pero ha demostrado en distintas ocasiones una excelente sensibilidad, y es de las pocas autoras sencillas, modestas y desinteresadas con las que he coincidido. Más allá de su talento es encantadora  y cercana. ¿Por qué hablo hoy de ella? porque me ha regalado el impulso que me faltaba, justo ahora, en este pequeño caos interior que me invade según qué días. Ha sido breve, intenso, como si alguien me empujase a la piscina por la espalda en uno de estos días de agosto a las cinco de la tarde, pero mucho más agradable que todo eso.

Ha sido como si viniese a sacudirme por los hombros, como diciendo: hazlo, publica, ¡vamos!

A veces a mí me basta un gesto para estar agradecida a alguien. A veces no necesito más que eso en un momento delicado  para intuir que alguien es una buena persona.

Clara ha sido madrina de algunas personas con ganas de echar a volar. Y ella, más allá de sentirse amenazada por nuevas escritoras, es adorable, generosa y las anima, las ayuda.

La otra mañana, entre el griterío de mis alumnos y la euforia que les provoca la lluvia, Clara me dijo cosas tan bonitas y positivas que consiguió emocionarme. Yo me he emocionado cinco veces en mi vida, ninguna más. Soy para eso contenida (para otras cosas, en cambio, no tengo esa contención). Tuve que girarme y mirar por la ventana.

Gracias. En serio. Tus palabras justo a tiempo. Si estuvieses aquí, un abrazo para decir GRACIAS por haber llegado en el momento en el que más falta me hacía.

Decido con cierta inquietud en un nombre «artístico», una portada, selecciono y sueño, pase lo que pase.

Gracias, gracias, gracias.

Las dudas existenciales a los cuatro años

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Hay un niño en la escuela al que trato de ayudar para que avance un poco en su proceso de aprendizaje. Más allá de los juegos y actividades que hacemos juntos, tenemos grandes conversaciones, él a sus cuatro años y yo a mis treinta y uno.

A raíz de observarle he ido tomando consciencia de que está sufriendo interiormente por sus gustos en cuanto a juegos y vestimenta. Lo cierto es que siempre me ha parecido absurdo que un niño o una niña deba elegir sus juguetes en función al género, y la presión social que reciben aquellos niños/as que no coinciden con la mayoría es tan grande que terminan queriendo ser otra persona del sexo opuesto.

Hoy el niño al que ayudo ha venido a clase con las uñas pintadas, mientras hacíamos unos ejercicios se las he visto. Cuando le he dicho que tiene unas uñas muy bonitas, él ha retirado sus deditos, como escondiéndose, avergonzado. Entonces le he insistido en que las lleva preciosas, y para que no se sintiese incómodo le he mostrado las mías que van pintadas de rojo. «Mira, los dos las llevamos pintadas», le he dicho. Y la expresión de su cara se ha ido relajando, hasta sonreír. A partir de ahí hemos estado hablando de muchas cosas que le interesan, incluso de que se pidió una muñeca en navidad como sus hermanas y de aquellos cuentos que le entusiasman, parecía feliz hablando conmigo, como si no tuviese que esforzarse por mostrarse distinto. Al final de la conversación, ha susurrado: pero señorita, como me gusta pintarme las uñas y ponerme pintalabios, todos me dicen que soy una niña, y soy un niño, pero he decidido que prefiero ser una niña para que no me digan cosas.

Lo ha murmurado con tristeza. Nos hemos quedado en silencio. Mirándonos. Sonaban pájaros alegres junto a la ventana, lo juro. No le he tratado con lástima, sino con toda la naturalidad del mundo y le he respondido:

-Por ahora eres Daniel. Una persona maravillosa y divertida.

Y hemos vuelto a nuestros juegos, bromas, actividades como si nada.

No sé si seguir el blog o no

Captura de pantalla 2015-01-25 a la(s) 16.56.19

Elijo esta fotografía porque parece que soy yo, con la cabeza inclinada. Pero no soy yo.

Yo no quiero bajar la cabeza, a veces lo hice cuando estuve triste o decepcionada a lo largo de mi vida. Inclinarla hacia abajo, frotarme ligeramente la sien, e incluso llorar. Supongo que todo el mundo lo hace, bajar la cabeza cuando algo te vence.

Hoy no voy a hablar del tono azul de este día. Hoy no.

Voy a recordar algo, lo que sea, que me haga sonreír un poquito. Aunque sea así de lado. Aunque también dejo que salgan las lágrimas si quieren.

Me acuerdo de una escena. Mi mejor amiga durante la infancia era tres años mayor que yo, muy alta y protectora. Era prima mía, además. Montábamos puestos en la plaza (sin que nuestros padres se enterasen) con materiales que elaborábamos nosotras mismas como cuentos o recetarios para niños/as, ensayábamos bailes divertidos, preparábamos obras de teatro improvisadas y nos hacíamos los disfraces, jugábamos con Barbie y con mi mansión de Playmobil, jugábamos a la comba, al elástico, comíamos pipas con nuestras amigas en los bancos del parque relatándonos historias infinitas… Y siempre nos cuidábamos, siempre, no importaba el motivo, nos adorábamos incondicionalmente. Recuerdo que un día, a las dos se nos antojaron unas zapatillas idénticas, eran unas Victoria de dibujos, con el fondo azul eléctrico. Todas las tardes después de merendar, hablábamos de cuando podríamos tenerlas. Mi madre las buscó para nosotras, y un día encontró un par pero únicamente había de mi número. Recuerdo aquella expresión que puso. No quería decirme que estaba triste porque no había su número (era tan alta que probablemente aquellas zapatillas eran demasiado infantiles para el número que calzaba), pero lo estaba. Recuerdo que nos quedamos solas, sentadas en el bordillo de una acera. Me quité las zapatillas nuevas y se las di. Quería que se las quedase ella. Recuerdo que sonrió.

-No me entran, es imposible, son pequeñas.

-Da igual, inténtalo -dije.

Pero no le estaban bien.

Entonces decidí que yo tampoco las quería.

Y al final nos reímos aquella tarde, nos reímos tanto que retengo su cabecita rubia hacia atrás de la risa. Yo haciendo la tonta descalza (no importaba, ya estábamos en junio) y ella riéndose.

Recuerdo también lo que mi madre dijo, cuando subí a casa, recuerdo que le comentó a mi padre (sin saber que yo la escuchaba) mientras preparaban la cena:

-¡Qué buena es! ojalá que nadie la estropee nunca.

Yo no entendí aquello. Pero creo que ahora sí. Los adultos, o los niños cuando crecen, se estropean, nadie tiene la culpa, no hacen falta ogros ni brujas malvadas, con crecer es suficiente.

No sé cómo me sentiré si alguna vez tengo un hijo o una hija y compruebo cómo su inocencia o bondad innata se empaña conforme abandona la niñez. Supongo que me sentiré frustrada, pero me durará un rato, o unos días, después comprenderé que es inevitable y que aprenderán a ser felices de otro modo.

No sé si voy a seguir con este blog. Últimamente lo utilizo para contar nimiedades en mis días azules y tristes. Y no me gusta transmitir esto. No me gusta eso de inclinar la cabeza en señal de tristeza.

Aunque, ¿sabes qué? que creo haber tocando fondo y siento que sólo me queda subir a la superficie, y ya. Es como un huracán dentro de mí, invencible, que me eleva.

El tipo sin nombre

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Una vez iba cuesta abajo por una calle céntrica con un abrigo rojo. Era temprano y no sé si era otoño pero parecía invierno, lo digo por esa luz blanquecina que acompaña a los meses fríos. Vi a un hombre que llamaba con los nudillos a la puerta de un convento de monjas, de religiosas que ayudan a los débiles, pero esa mañana no abría nadie, y el tipo tampoco insistía, llamaba suavemente y esperaba. Recuerdo que pensé en la importancia que tiene el lenguaje corporal en cualquier circunstancia, porque aquel hombre de espaldas sugería soledad, estancamiento, vacío. Entonces llegó otro hombre, este no vestía con arapos ni tenía agujeros en la chaqueta, este llevaba cazadora y una cámara de fotos colgando de su cuello.

-Perdone, ¿puedo hacerle una foto? -le dijo.

Y el otro, sorprendido, tuvo que pensarlo unos segundos y asintió.

No podré olvidar cómo el hombre de agujeros se giró, lleno de arrugas, con la mirada más triste del mundo y trató de ponerse erguido y sonreír al objetivo. De pronto el señor encorvado se transformó en un hombre esbelto y casi seguro de sí mismo.

Después de eso, he pensado alguna que otra vez, cómo quedaría aquella foto, y si logró (o no) capturar el momento más brillante de un hombre sin nombre.